lunes, 22 de diciembre de 2008

Un día de furia

Trabajo en un organismo de defensa de los derechos humanos. Muchas veces resolvemos temas que, dentro de la defensa y protección de los derechos humanos, tienen que ver con los derechos del trabajador. Bueno, hoy fue un día de perros. Por cuarta vez en un mes, estuvimos sin luz. Estar sin luz implica estar sin cosas tan superfluas como el aire acondicionado o la computadora, pero también tan elementales como estar sin agua. Estar sin agua implica no poder ir al baño. O sea, por cuarta vez en un mes, hoy no hubo computadoras, ni baño. Ni agua para tomar un mate. En casa de herrero...

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Hechizo del tiempo

Desde siempre, el ser humano ha tratado de manejar el tiempo. Ya sea con invocaciones a los Dioses, con estudios de matemática y física o con un De Lorean, el ser humano quiere viajar en el tiempo, ir y venir, modificarlo. Yo conozco a quienes lo han logrado. Si bien no pudieron viajar en el tiempo, sí lo pueden manejar a su antojo, cambiarlo, modificarlo. Pueden transformar una jornada laboral de siete horas en apenas cuatro, cuando no menos. ¿No me creen? Pasen y vean. Es un procedimiento que combina conocimientos de física, matemática avanzada, negociación laboral y creo que hasta ciencias ocultas.

Paso nº1: La jornada laboral, de acuerdo al estatuto, es de 7 horas de trabajo (6 horas de trabajo con 1 hora en el medio para almorzar). ¡Siete horas! Como es mucho, los magos del tiempo conversan con los delegados gremiales y acuerdan que, si se resta la hora del almuerzo nos quedan 6. Entonces, se acuerda que nadie almuerza fuera del trabajo, nadie se toma la hora, a lo sumo 15 minutos para “refrigerio” y todos felices, los que manejan el tiempo se van a casa una hora antes (o entran una hora después).

Tiempo restante luego del paso nº 1= 6 horas.

Paso nº 2: Si llegan 10 minutos tarde, no pasa nada. Total, nadie se da cuenta. Entonces, hay que llegar 10 minutos tarde (los que logran 15 todos los días realmente son los Harry Potter del tiempo). Los que manejan a su antojo problemas de tren, subte y transportes varios ya son matemáticos avanzados. Ni bien llegan, hay que pasar por el baño, lo que resta otros 10 minutos insumidos en lavado de manos, necesidades y nuevo lavado de manos, incluyendo charla con el compañero de turno que justo estaba haciendo uso del sanitario. Caso femenino, retoque de maquillaje. Claro, pero uno llega y hay que preparar el mate. Viaje hasta la cocina para calentar el agua, llenar el termo, preparar el mate y etc, insume mínimo otros 10 minutos. Con todos los elementos prontos para tomar el mate, hay que prender la PC (si la prenden mientras van al baño o preparan el mate, la cuenta no da, es importante prenderla al final). Como son máquinas medio a pedal, tardan un poco en encender, lo que brinda 5 minutos menos de tiempo.

Tiempo restante = 5 horas 25 minutos.


Paso nº3: Ya ubicados en su escritorio, con el mate listo y la PC encendida, hay que llamar a casa para ver si está todo en orden. Controlar que los nenes se hayan quedado bien en la escuela y que María aún recuerde dónde se guarda la lavandina y la plancha. Ello insume otros 5 minutos. ¡Ay, que maravilla que es Internet! Hay que chequear el correo y leer on line los diarios. Ello restará otros preciosos 20 minutos a nuestra jornada laboral. Claro, porque hay que chequear los mails, pero también reenviar los importantes, como los de nene que necesita un transplante de uña del pie o de la nueva dieta (los desafío a que vean la hora en los mensajes recibidos: casi siempre el que manda esas pavadas lo hace en su horario de trabajo).

Tiempo restante= 5 horas.


Paso nº4: Ahora sí, hay que trabajar. Pero se acerca la hora del almuerzo (sí, se había acordado que se come un refrigerio en la oficina, pero quien aguanta tantas horas con la panza vacía?) y los delivery tardan. Hay que deliberar sobre el delivery. De si pedimos ñoquis a la boloñesa para compartir entre tres, o pollo al oreganato entre dos. Uno de ellos (el que mejor maneja el tiempo) se encargará de tomar los pedidos y de llamar al lugar indicado. Claro que de todas las oficinas de la zona llaman a la misma hora, por lo que dará ocupado y costará comunicarse. Una vez establecida la comunicación, hay que hacerle entender que se quieren dos porciones de canelones a la rosini pero con cinco juegos de cubiertos, más una porción de arroz con pollo sin zanahoria y una sin tomate. Mínimo, en todo el proceso se pierden (o se ganan) 15 minutos.

Tiempo restante: 4 horas, 45 minutos.


Paso nº 5: Luego de trabajar un poco (epa, mucho no, hay que estar atento que en cualquier momento cae el delivery), llega la comida. La discusión diaria: quien paga, que pago yo que tengo que cambiar después me dan, no mejor paga cada quien lo suyo, no mejor dividimos por partes iguales, ah pero yo me quedo sin monedas para el colectivo, etc. Entre sacadas de cuenta, recolección del dinero y espera del vuelto, se pueden ganar unos preciosos 5 minutos de jornada laboral, extendidos habitualmente a 10 en total cuando tomaron mal el pedido y en lugar de empanadas de jamón y queso trajeron de jamón queso y tomate. Al terminar de comer (con charla incluida acerca de la novela de la noche o del partido, o de la liquidación de ropa) en total se fueron 30 minutos de jornada laboral.

Tiempo restante: 4 horas, 15 minutos.

Paso nº 6: Luego de trabajar durante un tiempo prudencial, no queda otra que hacer mate otra vez, 10 minutitos menos! A esta hora es ideal para chequear si los chicos llegaron bien del colegio, si la maestra pidió algo y si María se acuerda (otra vez) dónde se guarda la plancha (5 minutos, mínimo, tal vez haya que hablar con cada uno de los chicos, lo que agrega 5 minutos más).

Tiempo restante: 4 horas.

Paso nº 7: Ahora sí, hora de irse. Luego de pasar 5 minutos por el baño(no vaya a ser cosa que te den ganas por el camino, como a los chicos), te vas 10 minutos antes, total, por 10 minutos quién se va a dar cuenta?

Fin de la fórmula. Tiempo original: 7 horas.
Tiempo de trabajo efectivo aplicando la fórmula: 4 horas, 45 minutos.

Aún se puede hacer rendir más el tiempo, mandando mensajitos de texto indiscriminadamente (en total, 10 minutos por jornada).

¿Ven que hay quiénes lograron manejar el tiempo a su antojo?

lunes, 17 de noviembre de 2008

Se va la segunda

La primera vez que vino P. trajo una carpeta enorme llena de fotocopias ilegibles, cositas anotadas como jeroglíficos en papeles amarillos, en servilletas de bares y en hojas sueltas de cuaderno. Decía que la buscaban porque ella sabía “cosas”. Entre las cosas que decía que “sabía”, decía que sabía quien había puesto la bomba en la AMIA y quien había matado al hijo del presidente M. Decía que por esas cosas la buscaban. En realidad, si alguien hubiera querido, la hubieran encontrado enseguida. Ella era beneficiaria de un subsidio otorgado por el gobierno, por lo cual era facilísimo, de quererlo, dar con sus datos. Si incluso vivía en un lugar asignado por el gobierno. Igual no entraba en razones, decía que la buscaban. Cada vez que venía a verme (a razón de por lo menos, tres veces por semana) me mostraba esas fotocopias y esos jeroglíficos, de los cuales no surgía nada de nada porque eran cosas sueltas, eran copias de un expediente judicial que tenía por la guarda de sus hijos con números de teléfono anotados a las apuradas. Entonces, sus malas condiciones de vida se cruzaron con su patología psiquiátrica, y empezó a decir que el gobierno la había mandado a vivir en ese hotelucho a propósito, para matarla. Algo de razón tendría, porque el lugar donde tenía que vivir era inhumano. Pensándolo bien, tenía razón en varias cosas. O no, no tenía razón, pero las casualidades se habían dado de tal forma, que una persona desprevenida hubiera creído que tenía razón. Por ejemplo, en uno de los informes de su psiquiatra decía que padecía de “delirio místico”. Decía que los santos le hablaban y que ella era la reencarnación de uno de los santos. También decía tener una conexión especial con Jesús y la virgen. ¿Cómo decirle que estaba delirando? Si su hijo había nacido el 25 de diciembre! (tuvo que mostrarme la copia de la partida de nacimiento para que le creyera). Después de esa etapa, estuvo mucho tiempo sin venir. Después reapareció, con su “delirio místico” a cuestas, y lamentándose de que, cuando finalmente la trasladaron a otro hotel, perdió gran parte de sus libros. ¿Está loca una persona que se lamenta por eso? Cualquier persona, si pierde sus libros durante una mudanza, se pondría “como loca”. ¿Por qué pensar que P. está loca, pero loca de manicomio? Si en definitiva, se quejaba por lo mismo que cualquiera de nosotros nos quejaríamos. Nadie es feliz viviendo en un lugar plagado de cucarachas, ni con goteras, ni con los cables a la intemperie. A nadie le gusta que le saquen sus libros. Claro, pero nunca nadie le dio bolilla a P. porque supuestamente, “está loca”. Era poco lo que podíamos hacer desde mi trabajo para ayudarla, igualmente venía todos los días (sí, en los últimos tiempos venía todos los días) para que la escuchemos, pero para que la escuchemos como se escucha a una persona, no como la escuchaba su psiquiatra, que ya le había puesto la etiqueta de “loca”. ¿Estamos todos locos?

martes, 11 de noviembre de 2008

La historia de P.- Parte I

Hay ciertas personas a las que su nombre les va perfectamente. Digo esto, porque la historia que quiero contar es 100% real, y estuve días y días tratando de buscar un nombre falso para P.P. No hubo caso. P. P. solamente puede llamarse P. P. Busqué nombres con las mismas iniciales, como Paula Peralta o Pierina Páez, pero cuando empezaba a escribir, sentía que la historia no era tan real. También intenté con nombres completamente ficticios, como Viviana Ruiz o Marcela Márquez, y ahí sí definitivamente sentía que hablaba de otra cosa. Bueno, el caso es que conocí a P. hace muchos años, ya que fue a buscar algún tipo de ayuda social al lugar dónde yo trabajo. En ese momento, P. vivía en uno de esos hoteles que el gobierno paga para los pobres. Para los que no saben cómo es el asunto, en esa época el gobierno pagaba cualquier cantidad de plata por una habitación desvencijada en un lugar lleno de cucarachas (como poco) en la cual hacían vivir a todo un grupo familiar, con lo cual podía llegar a pasar que en un cuartucho de 2 x 3 vivieran cinco o seis personas, muchas veces sin ventanas. ¿Quiénes terminaban ahí? En su gran mayoría se trataba de personas que habían sido desalojadas de una villa, o que venían del interior del país pensando que acá en la Capital todo son rosas y solamente se encontraron las espinas. Esos rara vez tenían problemas con los sucuchos dónde los amontonaban, ya que en su vida habían conocido otra cosa. Las familias que venían de Jujuy por ejemplo, y contaban cómo sacaban vinchucas de debajo de los colchones, difícilmente tuvieran problemas por un par de cucarachas escuálidas. Las condiciones de vida en esos pseudo hoteles eran completamente inhumanas, pero los que estaban acostumbrados a la miseria veían eso como algo natural, claro, si no conocían otra cosa y los funcionarios de turno les hacían creer que no se merecían nada, que bastante con eso y que si se quejaban, a la calle. También había otro grupo de los llamados “beneficiarios”. Estos eran personas que en su momento habían tenido una posición económica más o menos holgada, y que consecuencia de las políticas económicas implementadas en el país desde los 90 habían pasado a engrosar la lista de pobres, de marginados, de beneficiarios de planes sociales. Había personas que pagaban alquileres y que de golpe, al quedarse sin trabajo, tuvieron que recurrir a esos alojamientos. Había también personas que eran propietarias y que sufrieron remates. Ellos sabían que no era normal vivir en una habitación mugrosa llena de humedad y alimañas. También sabían que tenían derechos. En ese grupo estaba P.
En su momento, P. había trabajado como secretaria de un conocido abogado, y vivía en una casa que su esposo había heredado. Después se enfermó, fue despedida de su trabajo y ello llevó a que se separe. Su esposo se quedó en la casa y la echó como a un perro, con sus tres hijos. El abogado de pobres que la asistió en el divorcio no pudo o no quiso o no le salió o quien sabe; y así P. aprendió a pedir. El gobierno la metió junto con sus hijos en una habitación cerca de La Boca, y la pobreza y la humillación le desató una patología psiquiátrica. Ahí la conocí.

Continúa...

martes, 28 de octubre de 2008

Cara de libro

No me hinchen más: no pienso tener facebook. Está todo el mundo hablando de lo mismo, que feisbú acá, que feisbú allá. Contentísimos porque se reencontraron con un compañerito de jardín de infantes que hace como 30 años que no ven. Claro, ahora no se acuerdan, pero ese chico que te manda la invitación para "ser su amigo" en el libro de las caras, hace 30 años te pegaba y te amenazaba con su hermano grande. Esa chica que parece tan copada, hace 20 años siempre gustaba de los mismos chicos que vos, y a esa otra siempre la cargabas porque usaba lentes. A ese otro, lo conociste de casualidad hace 15 años y luego de un par de salidas casuales lo borraste de tu agenda y te hacías negar cuando te llamaba por teléfono. Los de la facultad, que si los dejaste de ver por algo fue, pero seguro no te acordás. Cuando te mandan la invitación para el facebook, te sentís como que "pertenecés". ¿A qué pertenecés? Me da la sensación de un eterno viaje de egresados o de vacaciones en contingente, cuando el último día pasás mails y teléfonos sabiendo que, al llegar a destino, inexorablemente vas a tirarlos a la basura. Me parece un eterno "que no se corte". Tal vez sea antigua, pero no entiendo el sentido de hacer amigos indiscriminadamente, de meterse en los perfiles de tus amigos para ver de quien son amigos y de quien son amigos en una cadena infinita, para ver si a lo mejor, el primo del amigo del vecino de tu ex compañero de las tres clases de portugués que soportaste, te invita a su album de fotos. No me busquen en facebook. Por lo menos no hasta que, por fin, me invite el hermano de mi amiga, sí, ese que en la secundaria no me daba ni la hora.

Las hermanas Malabuena

Casi siempre, las madres de mellizos hacen todo lo posible para que sus hijos sean, en lugar de dos personas independientes, dos personas en una, imposibles de diferenciar para el común de los humanos. A todas las mamás de mellizos les divierte contar anécdotas acerca de cómo son tan iguales, de cómo la única que puede distinguirlos es ella misma e incluso a veces no, y de cómo a veces entre ellos cambian de roles para confusión de toda la familia. Hacen de todo para que no se diferencien: los visten y peinan igualitos, y hasta les sacan el nombre propio. Los hermanos mellizos rara vez son “Lucía y Verónica” o “Ramiro y Matías”, siempre son “las melli” o “los melli”, como si fueran un combo, algo indivisible. Ahora bien, el tiempo se ocupa de borrar y hasta olvidar esa igualdad forzosa. Los mellizos, cuando crecen, casi siempre hacen todo lo posible para diferenciarse entre ellos, y más aún cuando se trata de mujeres. A menos que sean mellizos que “trabajen” de mellizos y deban seguir siendo idénticos (como las trillizas de oro o las mellizas de canal 9), a modo de venganza por todo el tiempo comprando ropita por duplicado, tratan de diferenciarse entre ellos hasta en forma patológica. No era este el caso de las mellizas Malabuena. Eran dos mujeres de más o menos 35 años, o tal vez era una sola y yo estaba viendo doble. Las dos tenían el pelo crecido (crecido, no largo, descuidado) y negro entrecano. Hasta las canas parecían haberse puesto de acuerdo con la falta de diferenciación, porque las dos tenían la misma cantidad de canas, distribuidas igualmente en la parte de delante de la cabeza. Las dos eran flacas, bajitas, y tenían el mismo jean azul y el mismo sweater marrón, gastado en los mismos lugares. Aparte de compartir la cara, el pelo y la ropa, ambas eran esquizofrénicas. Hay una película de la que no recuerdo el nombre, porque era olvidable en su totalidad, pero que tiene una escena en la que se describe, de forma breve y brillante, la esquizofrenia: la protagonista se dibuja a sí misma como una persona con un solo cuerpo y dos cabezas. Bueno, resulta que un viernes a las cinco y media de la tarde, tenía a este animal mitológico frente a mí. Lamentablemente, no quedaba nadie en la oficina para dar fe de mis dichos, salvo quien en ese momento trabajaba conmigo a la tarde, y como resulta que es ciego, poco podría decir para avalar que no deliro. Las mellizas Malabuena se enojaron conmigo porque les cambié el nombre, le dije “Irene” a “Noemí” y “Noemí” a “Irene”, y ese descuido de mi parte pareció alterarlas más que el problema que traían. Las dos habían sido internadas en un neuropsiquiátrico en una medida judicial de protección de personas, porque habían denunciado a su vecino. En esa época, era el inicio de la televisión satelital, y al pobre vecino se le ocurrió poner una antena parabólica en su techo. Cuando las mellizas vieron el artefacto, se les ocurrió que era un artilugio para espiarlas, para poder ver dentro de sus casas. Una de ellas, no recuerdo si Noemí o Irene, o tal vez las dos, hasta tuvo una infección urinaria porque se negaba a ir al baño para que el vecino no la espíe con la antena que había conseguido en comodato. Del expediente que traían prolijamente fotocopiado (como todo en ellas) surgían varias irregularidades en cuanto a la internación, pero ellas curiosamente no se quejaban de eso, sino que se quejaban del vecino, que presuntamente quería tener una visión erótica por duplicado, la fantasía masculina con las mellizas llevada al extremo de la mano de la tecnología. Estuvieron cerca de una hora con el asunto de la antena (una vez que se calmaron por la confusión del nombre) y se fueron, con una promesa de mi parte que se vería el expediente, que hablaría con mi jefe (uno de los abogados penalistas más brillantes y que curiosamente tenía empatía con los locos) y que veríamos qué hacer con el tema de la internación a la fuerza. Se fueron enojadas porque no pude prometerles que obligaría al vecino a sacar la antena. Nunca volvieron.